Siempre que fotografío una boda hay una palabra que brinca sobre las demás, pienso que si hubiera un lector ese día, aparecería grandota y en negritas arriba de los novios, como en marquesina de teatro o juego de adivinanzas. Esa palabra siempre es única y diferente para cada pareja, y aunque me había tardado en descubrir su existencia, siempre está ahí. De ahí parte todo el relato y es la que me inspira a escribir y a fotografiar su historia.
Esa palabra define el ambiente de la boda y me adelanta un poquito todo lo que estoy por descubrir. A veces aparece al principio con mucha claridad, a veces a media boda con un gesto o una mirada, y en ocasiones especiales la descubro el día que conozco a la novia. Y sólo en esas ocasiones apuesto por esa palabra, sonrío y calladita me la guardo, deseando con todas mis fuerzas que esa palabra aparezca así, arriba de ellos, la primera vez que se vean el día de su boda.
Conocí a Caro llegando a un café muy sonriente hace un año, hablando una y mil cosas, con mucha energía, risa franca, un café en la mano y todos los planes del mundo en la otra. De ese tipo de personas que te hacen sentir en armonía, que te hacen sonreír, que te hacen quererlas. Después de escucharla planear su boda, de conocer a su familia y amigos, y de conocer a Ángel, entendí porque era tan clara esa palabra, porque estaba rodeada de ella. Y su boda fue así, con una sonrisa enorme, espontánea, con energía, tan natural como debía de ser y tan sentida como sólo Caro y Ángel podían transmitirlo.
Gracias por hacerme vivir un día tan divertido y tan suyo, por confiar en mí y reírse con almas tan libres y corazones tan vivos, no hay otra manera de vivir...